lunes, 16 de noviembre de 2009

2DO. SEMESTRE - CURIOSIDADES HISTORIA DE LA IGLESIA (Mons. Sipols)

Cosas de Papas
Por orden de aparición

San Lino (Volterra) 67-76 . Ordenó a las mujeres entrar en la iglesia con la cabeza cubierta.

San Anacleto (Roma) 76-88 . Prescribió la forma de los hábitos eclesiásticos.

San Clemente I (Roma) 88-97 Comienza a usarse en las ceremonias religiosas la palabra Amen.

San Evaristo Grecia 99-105 . Instituyó las primeras siete diaconías que confió a los sacerdotes más ancianos y que dio origen al actual Colegio Cardenalicio.

San Alejandro I, Roma, (105-115) Se le atribuye el uso del agua bendita.

San Telésforo, Grecia, (125-136) Compuso el Gloria in excelsis Deo. Instituyó el ayuno en cuaresma.

San Iginio, Grecia, (136-140) Instituyó la figura de los padrinos en el bautismo.

San Aniceto, Siria, (155-166) Promulgó un decreto, prohibiendo al clero dejarse crecer el pelo.

San Sotero, Campania, (166-175) Prohibió a las mujeres quemar incienso en las reuniones de los fieles.

San Julio I (337-352) Se le considera el fundador del archivo de la Santa Sede, porque ordenó la conservación de los documentos.

San Zosimo (417-418) prescribió que los hijos ilegítimos no podían ser ordenados sacerdotes.

San Hilarión (461-468) Estableció que para ser sacerdotes era necesario una profunda cultura y que pontífices y obispos no podían designar sus sucesores.

San Felix III (ahora II) (483-492) Tuvo hijos uno de los cuales fue el padre del famoso San Gregorio Magno.

San Gelasio I (Africa) (492-496) Introdujo en la misa el "Kyrie eleison".

San Simaco (498-514) Se le atribuye la primera construcción del Palacio Vaticano.

San Omisdas (514-523) Durante su pontificado San Benedicto fundó la órden de los benedictinos y la célebre abadía de Monte Casino destruida en 1944 por un
bombardeo.

Juan II (533-535) Se llamaba Mercurio y fue el primer Papa que cambió su nombre siendo el suyo el de una divinidad pagana. Con un edicto de Atalarico el Pontífice fue reconocido jefe de los Obispos de todo el mundo.

San Gregorio I (el Grande) (590-604) Cuando terminó la peste de Roma se le apareció un ángel sobre la roca que después se llamó castillo S. Ángel. Se definía "servus sevorum Dei". Instituyó el canto gregoriano.

2DO SEMESTRE - HISTORIA DE LA IGLESIA (Mons. Sipols)

Estimados todos,

Encuentren la guia de la segunda clase de Mons. Sipols

DONACION CONSTANTINIANA
Debemos distinguir entre esta última donación y la de Pipino. Buscando los motivos de la
donación de Pipino, los estudiosos piensan en un documento apócrifo: el Constitutum
Constantini, el cual se habría dado supuestamente cuando Constantino, en el 330,
trasladó la capital del Imperio a Constantinopla. Hoy es indiscutible su falsedad.
El falso se divide en dos partes: una confesio de fe de Constantino bautizado; y una
donatio. de donde viene el nombre al documento., la cual enumera derechos transferidos
por Constantino al papa. El contenido es muy simple, con aspectos netamente jurídicos.
Constantino, enfermo de lepra, acude a todos los médicos y sacerdotes paganos del
Capitolio. Estos últimos aconsejan abrir una zanja para verter en ella la sangre de niños y,
aún caliente esta sangre, bañarse el emperador en ella. La noche anterior recibe
Constantino una visión en la que se le aconseja otra cosa: dirigirse al papa Silvestre. Así lo
hizo y fue curado. Esto es lo que le movería a tomar varias decisiones: el papa tendría la
preeminencia sobre los cuatro patriarcados .Antioquía, Alejandría, Constantinopla y
Jerusalén., así como de las demás iglesias del mundo; el papa se trasladaba, desde la
clandestinidad, al palacio Lateranense, sumándose a esto la concesión de grandes
extensiones territoriales. Para que la dignidad pontificia no desmereciera de la terrena, se
le donaría el palacio lateranense, la ciudad de Roma, toda Italia y Occidente. Constantino
marchaba a Constantinopla porque no veía conveniente que en el mismo lugar donde era
constituido el dominio de Cristo y de los sacerdotes habitara también el emperador.
Constantino, pues, habría concedido la potestad temporal sobre Roma, Italia y todo
Occidente. No se trataba de una pequeña parte de Italia, sino de todo el Occidente:
Constantino, emperador de Oriente, nombraba como responsable de Occidente al papa.
Se trata de una compilación de valor hagiográfico, ejemplificativo, madurado en un
ambiente italo‐franco, entre personas favorables a las buenas relaciones entre los francos
y el papado.
¿Dónde, porqué y cómo se ha producido y se ha puesto en circulación? Parece que el
testimonio manuscrito más antiguo sobre este Constitutum no es anterior al 850 y está en
conexión con las falsas Decretales del Pseudoisidoro[98]. Sobre la datación del mismo, hoy
se sigue discutiendo, si bien se tiende a pensar que se habría dado entre la mitad del siglo
VIII y la mitad del IX, más precisamente al finales del siglo VIII. Su lugar de origen sería
Roma, en concreto la Cancillería Pontificia. Algunos estudiosos ven una relación, un nexo
de unión, entre los hechos de Ponthion y la Constitutum: Esteban basaría su derecho de
nombrar Patricio de Roma a Pipino precisamente en este falso.
El influjo de este falso sobre el ulterior desarrollo del papado es enorme. Algunos han
querido ver en él como una carta magna de las pretensiones del papado, pero esto parece
una exageración. Con motivo de la coronación de Otón I (siglo X) se manifiesta el
conocimiento que de este documento se tiene en la cancillería pontificia. El cardenal
Humberto de Silva Cándida, en 1053, lo usa en confrontación con los griegos .no
olvidemos que Constantino era venerado por la Iglesia griega como santo.. La utilización
de este documento fue uno de los motivos del cisma de 1054. Los papas del Medievo
hicieron de él un argumento central para sus reivindicaciones territoriales. Así lo hicieron
Inocencio III y Gregorio IX, si bien fueron muy cautos a la hora utilizar el documento para
reivindicar el primado religioso: tenían que evitar que pareciera el primado una donación
también de Constantino. Inocencio IV, en su enfrentamiento con Federico II (1248), hace
pintar los caracteres más sobresalientes de este documento en la capilla de San Silvestre,
apareciendo las escenas de la curación de Constantino y la donación a Silvestre .la
intencionalidad de estas pinturas era clamaramente política contra el emperador del
momento..
La donación fue considerada como auténtica durante todo el Medievo, aunque no
faltaron reservas en cuanto a la validez del documento .no en cuanto a su autenticidad..
Así, or ejemplo, Arnold de Brescia (siglo XII) y algunos grupos heréticos la refutan no por
razones de tipo histórico, sino por su rechazo a una Iglesia rica y su deseo de volver a la
Iglesia primitiva: la donación sería el gran pecado de la Iglesia .entre estos grupos
contestatarios estaban los valdenses.. El primero en intuir su falsedad formal es el
cardenal Nicolás Cusano (1433). Lorenzo Valla, en 1440, también documenta su falsedad.
Al principio, sin embargo, no se abrió camino esta demostración; habrá que esperar a
1518‐1519 cuando en el entorno de Lutero se difunda esta visión revisionista. Se produjo
entonces una lucha entre defensores y detractores. El cardenal Baronio (+1607) sostuvo
que sí había una donación de Constantino, pero que el documento era falso, hecho or los
griegos y traducido al latín[99]. Por fortuna, en nuestros días se ha cerrado esta discusión.
Agustin de Hipona
Infancia y juventud
Nació el 13 de noviembre de 354 en Tagaste, pequeña ciudad de Numidia en el África
romana. Su padre, llamado Patricio, no era religioso cuando nació su hijo. Su madre, Santa
Mónica es puesta por la Iglesia como ejemplo de "mujer cristiana", de piedad y bondad
probadas, madre abnegada y preocupada siempre por el bienestar de su familia, aún bajo
las circunstancias más adversas. Mónica le enseñó a su hijo los principios básicos de la
religión cristiana y al ver cómo el joven Agustín se separaba del camino del cristianismo se
entregó a la oración constante en medio de un gran sufrimiento. Años más tarde Agustín
se llamará a sí mismo "El hijo de las lágrimas de su madre".[cita requerida]
San Agustín estaba dotado de una gran imaginación y de una extraordinaria inteligencia.
Se destacó en el estudio de las letras. Mostró un gran interés hacia la literatura,
especialmente la griega clásica y poseía gran elocuencia. Sus primeros triunfos tuvieron
como escenario Madaura y Cartago. Durante sus años de estudiante en Cartago desarrolló
una irresistible atracción hacia el teatro. Al mismo tiempo, gustaba en gran medida de
recibir halagos y la fama, que encontró fácilmente en aquellos primeros años de su
juventud. Allí mismo en Cartago se destacó por su genio retórico y sobresalió en
concursos poéticos y certámenes públicos. Aunque se dejaba llevar ciegamente por las
pasiones humanas y mundanas, y seguía abiertamente los impulsos de su espíritu sensual
y mujeriego, no abandonó sus estudios, especialmente los de filosofía. El propio Agustín
hace una crítica muy dura y amarga de esta etapa de su juventud en sus Confesiones.
A los diecinueve años, la lectura de Hortensius de Cicerón despertó en la mente de
Agustín el espíritu de especulación y así se dedica de lleno al estudio de la filosofía.
Además, será en esta época cuando el joven Agustín conocerá a una mujer con la que
mantendrá una relación estable de catorce años y con la cual tendrá un hijo: Adeodato.
En su búsqueda incansable de respuesta al problema de la verdad, Agustín pasa de una
escuela filosófica a otra sin que encuentre en ninguna una verdadera respuesta a sus
inquietudes. Finalmente abraza el maniqueísmo creyendo que en este sistema encontraría
un modelo según el cual podría orientar su vida. Varios años siguió esta doctrina y
solamente la abandonó después de hablar con el obispo Fausto. Ante tal decepción, se
convenció de la imposibilidad de llegar a alcanzar la plena verdad, y por ello se hizo
escéptico.
Cuenta la tradición que un día San Agustín paseaba por la orilla del mar, dándole vueltas
en su cabeza a muchas de las doctrinas sobre la realidad de Dios, una de ellas la doctrina
de la Trinidad. De repente, alza la vista y ve a un hermoso niño, que está jugando en la
arena, a la orilla del mar. Le observa más de cerca y ve que el niño corre hacia el mar, llena
el cubo de agua del mar, y vuelve donde estaba antes y vacía el agua en un hoyo. Así el
niño lo hace una y otra vez. Hasta que ya San Agustín, sumido en gran curiosidad se acerca
al niño y le pregunta: "Oye, niño, ¿qué haces?" Y el niño le responde: " Estoy sacando todo
el agua del mar y la voy a poner en este hoyo". Y San Agustín dice: "Pero, eso es
imposible". Y el niño responde: "Más imposible es tratar de hacer lo que tú estas
haciendo: Tratar de comprender en tu mente pequeña el misterio de
Dios".[cita requerida]
Sumido en una gran frustración personal, decide en 383 partir para Roma, la capital del
Imperio. Su madre le acompaña en este viaje. En Roma enferma de gravedad y gracias a su
amigo y protector Símaco, prefecto de Roma fue nombrado "magister rhetoricae" en
Mediolanum (actual Milán).
Conversión al cristianismo
Fue en Milán donde se produjo la última etapa antes de su conversión: empezó a asistir
como catecúmeno a las celebraciones litúrgicas del obispo Ambrosio, quedando admirado
de sus predicaciones y su corazón. Entonces decidió romper definitivamente con el
maniqueísmo. Esta noticia llenó de gozo a su madre que se encargó de buscarle un
matrimonio acorde con su estado social y dirigirle hacia el bautismo. Se despidió de su
compañera sentimental con gran dolor y en vez de optar por casarse con la mujer que
Mónica le había buscado, decidió vivir en ascesis; decisión a la que llegó después de haber
conocido los escritos neoplatónicos gracias al sacerdote Simpliciano. Los platónicos le
ayudaron a resolver el problema del materialismo y el del mal. San Ambrosio le ofreció la
clave para interpretar el Antiguo Testamento y encontrar en la escritura la fuente de la fe.
Por último san Pablo le ayudó a solucionar el problema de la mediación y de la gracia. Ya
sólo quedaba la crisis decisiva, estando en el jardín con su amigo Alipio, reflexionando
sobre el ejemplo de Antonio, oyó la voz de un niño de una casa vecina que decía: toma y
lee,[1] y entendiéndolo como una invitación divina, cogió la Biblia, la abrió por las cartas
de Pablo y leyó el pasaje Rom 13, 13ss. Al llegar al final de esta frase se desvanecieron
todas las sombras de duda.[2]
En 386 se consagra al estudio formal y metódico de las ideas del cristianismo. Renuncia a
su cátedra y se retira con su madre y unos compañeros a Casiciaco, cerca de Milán para
dedicarse por completo al estudio y a la meditación. El 23 de abril de 387, a los treinta y
tres años de edad, es bautizado en Milán por el santo obispo Ambrosio. Ya bautizado,
regresa a África, pero antes de embarcarse, su madre Mónica muere en Ostia, el puerto
cerca de Roma.
Monacato y episcopado
Cuando llegó a Tagaste vendió todos sus bienes y el producto de la venta lo repartió entre
los pobres. Se retiró con unos compañeros a vivir en una pequeña propiedad para hacer
allí vida monacal. Años después esta experiencia será la inspiración para su famosa Regla.
A pesar de su búsqueda de la soledad y el aislamiento, la fama de Agustín se extiende por
toda la comarca.
En 391 viajó a Hipona para buscar un lugar donde abrir un monasterio y vivir con sus
hermanos, pero durante una celebración litúrgica fue elegido por la comunidad para que
fuese ordenado sacerdote, a causa de las necesidades del obispo de Hipona, Valerio.
Aceptó esta brusca elección con lágrimas en los ojos, pues al principio se negaba con
gritos y lágrimas a aceptarla. Algo parecido sucedió al ser consagrado obispo en el 395.
Fue entonces cuando dejó el monasterio de laicos y se instaló en la casa del obispo, que
transformó en un monasterio de clérigos.
La actividad episcopal de Agustín es enorme y variada. Predica a todo tiempo y en muchos
lugares, escribe incansablemente, polemiza con aquellos que van en contra de la
ortodoxia de la doctrina cristiana de aquel entonces, preside concilios, resuelve los
problemas más diversos que le presentan sus fieles. Se enfrentó a maniqueos, donatistas,
arrianos, pelagianos, priscilianistas, académicos, etc.
Agustín murió en Hipona el 28 de agosto de 430 durante el sitio al que los vándalos de
Genserico sometieron a la ciudad durante la invasión de la provincia romana de África. Su
cuerpo, en fecha incierta, fue trasladado a Cerdeña y, hacia el 725, a Pavía, a la basílica de
San Pietro in Ciel d'Oro, donde reposa hoy.
León I el Magno
León I el Magno o el Grande, (* Toscana, ha. 390 – Roma, † 10 de noviembre de 461).
Papa nº 45 de la Iglesia católica de 440 a 461.
Primero de los tres papas apodados "El Grande", León era hijo de Quintianus y los datos
históricos más antiguos lo sitúan como diácono en Roma bajo el pontificado de Celestino I
convirtiéndose en un destacado diplomático con el papa Sixto III quien, a petición del
emperador Valentiniano III, lo envía a la Galia con la misión de resolver el enfrentamiento
entre Aëcio, el comandante militar de la provincia, y el magistrado Albino.
En esta misión se encontraba León cuando tras fallecer el papa Sixto III, el 19 de julio de
440, conoce su elección como nuevo pontífice. Se dirige entonces a Roma donde es
consagrado el 29 de septiembre.
Combatió exitosamente, mediante la celebración de varios concilios, el maniqueísmo que
desde África se había extendido por Italia, el pelagianismo que había rebrotado en
Aquilea, y el priscilianismo que se mantenía en España.
Durante su pontificado se celebró, en 451, el Concilio de Calcedonia que proclamó la
divinidad y la humanidad de Cristo, "consustancial al Padre por su divinidad, consustancial
a nosotros por su humanidad". Ante las afirmaciones de las herejías que sostenían la
separación entre el Padre y el Hijo, considerado como inferior al Padre, León restableció la
tradición ortodoxa en su célebre su carta dogmática a Flaviano, Tomus Leonis, y que fue
aprobada por el concilio con las palabras: "Pedro ha hablado a través de León".
El episodio más conocido de su pontificado fue su encuentro, en 452 en la ciudad de
Mantua, con Atila, el rey de los hunos, quien había invadido el norte de Italia obligando al
emperador Valentiniano III a abandonar la corte de Rávena y refugiarse en Roma.
León convence a Atila para que no marche sobre Roma logrando la retirada de su ejército
tras la firma de un tratado de paz con el Imperio Romano a cambio del pago de un tributo.
Este hecho tuvo una gran importancia simbólica ya que, aunque el Imperio Romano
seguiría existiendo hasta 476, sitúaba como principal fuerza política de Europa a la Iglesia
y no el Imperio.
Unos años más tarde, en 455, en una situación similar, no obtuvo tanto éxito cuando los
vándalos de Genserico saquearon Roma, y el papa sólo pudo impedir el incendio de la
ciudad y el respeto a la vida de sus habitantes.
Fue canonizado en 1574, y su festividad se celebra el 10 de noviembre, día de su muerte
en 461.
San Gregorio Magno (*ca. 540 en Roma – †12 de marzo de 604), Gregorio I o tambien San
Gregorio fue el sexagésimo cuarto Papa de la Iglesia Católica. Uno de los cuatro Padres de
la Iglesia latina y Doctor de la Iglesia. Fue proclamado Doctor de la Iglesia el 20 se
septiembre de 1295 por Bonifacio VIII. También fue el primer monje en alcanzar la
dignidad pontificia, y probablemente la figura definitoria de la posición medieval del
papado como poder separado del Imperio Romano.
Biografía
Gregorio nació en Roma en el año 540, en el seno de una rica familia patricia romana, la
gens Anicia, que hacía mucho se había convertido al cristianismo: su bisabuelo era el papa
Félix III (†492),[1] su abuelo el papa Félix IV (†530)[2] y dos de sus tías paternas eran
monjas. Gregorio estaba destinado a una carrera secular, y recibió una sólida formación
intelectual.[1]
Se dedicó a la política de joven, y en 573 alcanzó el puesto de prefecto de Roma
(præfectus urbis), la dignidad civil más grande a la que podía aspirarse. Pero, inquieto
sobre cómo compatibilizar las dificultades de la vida pública con su vocación religiosa,
renunció pronto a este cargo y se hizo monje.[1] [2]
Tras la muerte de su padre,[1] en 575[3] transformó su residencia familiar en el Monte
Celio en un monasterio bajo la advocación de san Andrés[1] [2] (en el lugar se alza hoy la
iglesia de San Gregorio Magno).[3] Trabajó con constancia por propagar la regla
benedictina y llegó a fundar seis monasterios aprovechando para ello las posesiones de su
familia sea en Roma, sea también en Sicilia.[4]
En el año 579 el papa Pelagio II lo ordena diácono y lo envía como apocrisiario (una suerte
de embajador) a Constantinopla, donde permanece unos seis años[1] y establece muy
buenas relaciones con la familia del emperador Mauricio y con miembros de las familias
senatoriales italianas que se habían establecido en la capital oriental.[5] En Constantinopla
conoce a Leandro de Sevilla, el hermano del también doctor de la Iglesia Isidoro de Sevilla.
Con Leandro mantuvo una constante correspondencia epistolar que se ha conservado.
Durante esta estancia disputó con el patriarca Eutiquio de Constantinopla acerca de la
corporeidad de la resurrección.[6]
Gregorio regresa a Roma en 585 ó 586 y se retira nuevamente al monasterio.[1] Luego
solicitó permiso de ir a evangelizar la isla de los anglosajones. Pero al saber el pueblo de
Roma de sus intenciones, le pidieron al Papa que no lo dejara ir. Ocupó desde entonces el
cargo de secretario de Pelagio II hasta la muerte de éste de peste en febrero de 590,[7]
tras lo cual es elegido para sucederle como pontífice.
Al acceder al papado en el año 590 se ve obligado a enfrentar las arduas responsabilidades
que pesan sobre todo obispo del siglo VI, pues no pudiendo contar con ayuda efectiva
bizantina los ingresos económicos que reportan las posesiones de la Iglesia hacen que el
papa sea la única autoridad de la cual los ciudadanos de Roma pueden esperar algo. No
está claro si para esta época existía aún el Senado romano, pero en todo caso no
interviene en el gobierno, y la correspondencia de Gregorio nunca menciona a las grandes
familias senatoriales, emigradas a Constantinopla, desaparecidas o venidas a menos.[1]
Solo él poseía los recursos necesarios para asegurar la provisión de alimentos de la ciudad
y distribuir limosnas para socorrer a los pobres. Para esto emplea los vastos dominios
administrados por la Iglesia, y también escribe al pretor de Sicilia solicitándole el envío de
grano y de bienes eclesiásticos.[1]
Intenta infructuosamente que las autoridades imperiales de Rávena reparen los
acueductos de Roma,[1] destruidos por el rey ostrogodo Vitiges en el año 537.[8]
En el año 592 la ciudad es atacada por el rey lombardo Agilulfo. En vano se espera la
ayuda imperial; ni siquiera los soldados griegos de la guarnición reciben su paga. Es
Gregorio quien debe negociar con los lombardos, logrando que levanten el asedio a
cambio de un tributo anual de 500 libras de oro (probablemente entregadas por la Iglesia
de Roma). Así, negocia una tregua y luego un acuerdo para delimitar la Tuscia Romana (la
parte del ducado romano situada al norte del Tíber) y la Tuscia propiamente dicha (la
futura Toscana), que a partir de ahora será lombarda. Este acuerdo es ratificado en 593
por el exarca de Rávena, representante del Imperio Bizantino en Italia.[1]
Gregorio trabó alianzas con las órdenes monásticas y con los reyes de los francos en la
confrontación con los ducados lombardos, adoptando la posición de un poder temporal
separado del Imperio.[9]
También organizó las tareas administrativas y litúrgicas eclesiásticas.[10]
Gregorio falleció el 12 de marzo del año 604. Fue declarado Doctor de la Iglesia por
Bonifacio VIII, el 20 de septiembre de 1295, aunque el título aparece hacia 800. Es uno de
los cuatro Grandes Padres de la Iglesia occidental
Estados Pontificios
Los Estados Pontificios o «Estados de la Iglesia» estuvieron formados por un
conglomerado de territorios básicamente centros italianos que se mantuvieron como un
estado independiente entre los años 752 y 1870 bajo la directa autoridad civil de los
papas, y cuya capital fue Roma.
Origen
Desde que se instituyó la sede episcopal de Roma, los fieles, y en mayor medida los
emperadores cristianos, fueron donando a la Iglesia romana cuantiosos bienes
territoriales, algunos de ellos constitutivos de importantes extensiones de terreno. Estas
posesiones, más otras de carácter inmueble, vinieron a integrar lo que se conoció como
Patrimonio de San Pedro, y estuvieron diseminadas por toda Italia e incluso fuera de ella.
Su administración, aunque no convirtió inicialmente a los papas en jefes de Estado, les
confirió no obstante auténticas prerrogativas civiles y políticas reconocidas por la
Pragmática Sanción de 554 promulgada por el emperador Justiniano I (una vez que, tras la
conquista de Belisario, Roma volvía a estar bajo la soberanía de los emperadores, tras el
interregno hérulo y ostrogodo), entre otras la de poseer una fuerza militar que llegó a
constituir un respetable ejército puesto en acción en múltiples ocasiones, en no pocas
bajo el mando del propio pontífice‐caudillo. Por otro lado, muchos de los papas procedían
de las clases dominantes romanas y ejercieron simultáneamente el cargo episcopal y el de
gobernante civil de la Ciudad Eterna. Tal fue el caso de Gregorio Magno (590 – 604),
hombre avezado en el desempeño de funciones políticas pues había ostentado
anteriormente el cargo de prefecto de la propia ciudad (prefectus Urbis) y pertenecía a
una familia de patricios romanos.
Creación de los Estados Pontificios
Carlos Martel, en el 741, dividió el territorio del Pueblo franco en dos partes, una para
Carloman y otra para Pipino (sus dos hijos). Carloman abdicó en el 747 para convertirse en
monje. Cuatro años después, Pipino (conocido como el Breve por su corta estatura),
confinó en un monasterio al último descendiente de Clodoveo, el joven Childerico III; y fue
proclamado por la nobleza rey de los francos, y se convirtió en el fundador de la Dinastía
Carolingia.
Pipino no solo fue rey por elección, sino que además recibió la bendición de la Iglesia.
Obtuvo del papa Zacarías un mandato, según el cual, quien detentaba el poder, podía
asumir el título de rey “ por la gracia de Dios”, ungido como David en el Antiguo
Testamento.
A partir de ahí se produjeron nuevas conexiones entre el Papado y la monarquía
carolingia. Roma se vio amenazada por los Lombardos, cuyo ejército cercó la ciudad
mientras el papa Esteban II solicitaba inútilmente ayuda al emperador de Bizancio.
Denegado el auxilio bizantino, el papa pidió a Pipino una intervención urgente. El Rey
franco realizó dos incursiones en Italia, forzó a los lombardos a abandonar el asedio de
Roma y les obligó a devolver sus conquistas. Finalizado el conflicto, los territorios situados
en la Romaña y las Marcas no fueron restituidos al control de Bizancio, sino que fueron
conferidos al papa ‐donación de Pipino, en el año 756‐, como legítimo representante del
poder imperial. Este tratado destruyó a los lombardos, y a su vez permitió la constitución
del Estado Pontificio independiente de todo poder temporal y base del futuro poder de la
Iglesia Romana.
Pero los Estados de la Iglesia no se originan hasta el pontificado de Esteban II, hacia 752.
La tutoría del Imperio Bizantino sobre Roma y su sede pontificia estaba declinando desde
principios del siglo VIII. El distanciamiento respecto al imperio de Oriente se hizo cada vez
más patente y profundo con visos de auténtica ruptura, como cuando el papa Constantino
I, enfrentándose al emperador Filípico Bardanes, al que tildó de hereje, llegó a dirigir sus
armas contra el exarca bizantino. En aquel clima de tensión, siendo de temer la ofensiva
del lombardo Astolfo contra Roma tras haberse apoderado éste de Rávena, el papa
Esteban acude, en demanda de socorro, a los francos. Su rey, Pipino el Breve, se lo presta.
La intervención de los francos apaciguó a Astolfo, quien aceptó traspasar Rávena a la
«República Romana». Pero retirados aquellos, el rey lombardo incumplió su compromiso
y, por añadidura, puso sitio a Roma. Nueva llamada del papa al reciente protector franco y
nueva acción de éste en su auxilio. Sometidos, por fin, los lombardos con la intervención
de Pipino, éste hizo entrega al papa del antiguo exarcado de Rávena (Rávena, Ferrara,
Bolonia, ...), de la Pentápolis (obispados de Rímini, Pésaro, Fano, Senigallia y Ancona) y de
la región de Roma, confiriendo al sumo pontífice el dominio temporal de un estado que,
con algunas variaciones geográficas, había de perdurar durante más de once siglos, hasta
1870. Esteban II fue Papa del año 752 al 757. Al poco tiempo de ocupar el solio, Esteban
vio en peligro la libertad de Roma a la llegada de Astolfo (749‐756) tras la conquista de
Rávena. Astolfo había prometido una tregua de 40 años, pero no la respetó sino que
decidió exigir impuestos anuales de cada habitante de Roma, a la que consideraba su
feudo. Al mismo tiempo, rechazó diversas peticiones que le hizo un emisario de Bizancio,
acompañado, por Pablo, hermano del Papa, para que restituyera los territorios imperiales
de los que se había adueñado. Ante tantos fracasos, el Papa pidió ayuda al emperador
Constantino V (741‐775), pero tampoco logró mucho, de suerte que optó por dirigirse
finalmente a Pepino III, rey de los francos (751‐768), así como antes Gregorio III se había
dirigido en su momento a Carlos Martel el año 739. Pepino dio una respuesta afirmativa y
al mismo tiempo envió dos emisarios al Papa para escoltarlo. El 6 de enero del 754
Esteban II fue acogido obsequiosamente por Pepino en Ponthión. Esteban volvió a suplicar
al rey para que liberara al pueblo de los longobardos. El resultado de este encuentro fue el
compromiso de Pepino de proteger la iglesia romana y las prerrogativas del Papa, y
prometió por escrito que garantizaría como legítimas las posesiones de San Pedro,
además del ducado de Roma, Rávena, el hexarcado y otras ciudades, más otras áreas
vastas de la Italia del norte y central. Algunos opinan que Esteban hizo sus reivindicaciones
basándose en la así llamada "Donación de Constantino", pero no hay datos de ello. El 28
de julio del 754 el papa, aunque enfermo, ungió solemnemente a Pepino en San Denis
cerca de París, y así se sellaba la legitimidad de la dinastía, y confirió al rey y a los suyos el
título de "Patricios de los Romanos". Pepino derrotó dos veces al rey longobardo en
agosto del 754 y finalmente en junio del 756. Los funcionarios bizantinos alegaron que los
territorios pertenecían a su emperador, pero Pepino replicó que había tomado las armas
sólo por amor al sucesor de San Pedro y por la remisión de sus pecados, de suerte que no
estaba dispuesto a entregar sus conquistas a ningún otro que al "apóstol". Seguidamente
donó perpetuamente Rávena las ciudades del hexarcado, la pentápolis, la Emilia a "San
Pedro" y a la Iglesia romana.
Sin embargo, el peligro lombardo no había quedado definitivamente conjurado por las
acciones militares de Pipino el Breve. El rey Desiderio invadió los Estados Pontificios y aun
la misma Roma. Adriano I, Papa a la sazón (774), invocó de nuevo en este trance a los
francos para que le dispensen su protección, y, como años atrás hiciera su padre, acudió
ahora Carlomagno en ayuda de la Santa Sede. El resultado fue la restitución de los bienes
de la Iglesia y la promesa, no cumplida, de anexión de otros territorios. En todo caso, la
mayor parte de la Italia central quedó constituida en un estado independiente bajo el
gobierno de los papas. En agradecimiento, el Papa coronó a Carlomagno como emperador
de Occidente en el año 800.
Querella de las Investiduras
La lucha de las Investiduras, fue un conflicto que enfrentó a papas y reyes cristianos entre
1073 y 1122. La causa de dicho desencuentro era la provisión de beneficios y títulos
eclesiásticos.
Se puede resumir como el conflicto que mantuvieron pontífices y emperadores por la
autoridad en los nombramientos en la Iglesia.
Origen
En 1073 es elevado a la sede pontificia Gregorio VII. La primera medida que tomó ese
mismo año fue dirigida a la prescripción del celibato eclesiástico mediante la prohibición
del matrimonio de los sacerdotes (nicolísmo).
Numerosísimos obispos, abades y eclesiásticos en general prestaban vasallaje a sus
señores civiles en razón de los feudos adquiridos de ellos. Aunque un clérigo podía ser
receptor de un reducto feudal en condiciones paritarias a las de cualquier laico, existían
determinados feudos eclesiásticos concebidos para ser regentados por un poseedor de las
órdenes sagradas. Siendo territorios de dominio señorial que llevaban aparejados
derechos y beneficios feudales, su concesión era realizada por los soberanos seculares
mediante el oportuno acto de investidura. El conflicto surgía de la disociación de
funciones y atributos que entrañaba tal investidura. Por su propia naturaleza de feudo
eclesiástico, el beneficiario debía ser un clérigo; de no serlo, cosa que sucedía de
ordinario, el aspirante quedaba investido eclesiásticamente de modo automático por el
acto formal de su concesión, de tal manera que el investido recibía simultáneamente los
derechos netamente feudales y la consagración religiosa. Según la doctrina de la Iglesia un
laico no podía consagrar clérigos, o lo que se tenía por equivalente; no estaba capacitado
para otorgar la investidura de un feudo eclesiástico, prerrogativa que se atribuía en
exclusiva para sí o para sus legados el sumo pontífice.
Para reyes y emperadores los feudos eclesiásticos antes que eclesiásticos eran feudos. Los
clérigos feudatarios, sin perjuicio de su condición clerical, eran tan vasallos como los
demás, obligados en la misma medida para con su señor, comprometidos a subvenirle
económica y militarmente en caso de necesidad. Los monarcas no podían permitir que la
discrecionalidad legislativa del papa, operativa en todo caso en asuntos puramente
religiosos, les despojara de la facultad de investir a los destinatarios de aquellos feudos y
de obtener a cambio el provecho inherente a la concesión feudal. Se daba además la
circunstancia de que en los dominios del emperador la clerecía feudal era muy numerosa
y constituía un grupo ostentador de cargos de confianza en la administración y
fundamental para la buena marcha del gobierno de la nación. Privar al emperador de su
facultad de investir a los titulares de los feudos eclesiásticos era tanto como hurtarle el
derecho de nombrar a sus colaboradores y funcionarios y sustraerle buena parte de sus
vasallos, los más leales, sus valedores financieros, los que le sustentaban militarmente.
Además, los propios obispos, los abades y los simples clérigos se opusieron al cambio de
su situación por el riesgo de pérdida de las condiciones y prerrogativas de que disfrutaban
en sus posesiones feudales.
La querella [editar]
Al decreto de 1073 sobre el celibato siguieron otros cuatro decretos dictados en 1074
sobre la simonía y las investiduras. Visiblemente las miras de Gregorio VII eran políticas e
iban encaminadas a minar la autoridad imperial, pues las disposiciones no se promulgaron
en Inglaterra, ni en Francia ni en España. La reacción por parte de las autoridades civiles y
de los mismos clérigos afectados fue virulenta, corriendo peligro en muchos casos la
integridad personal de los legados vaticanos enviados para publicar y hacer cumplir los
edictos del papa. Pero éste no suavizó sus métodos ni rebajó el tono de las amenazas.
Muy al contrario, dictó nuevos decretos en 1075 (veintisiete normas compendiadas en los
Dictatus papae) que repetían las prohibiciones de los decretos anteriores con mayor
severidad en las penas, que alcanzaban a la excomunión para quienes, siendo laicos,
entregasen una iglesia o para quienes la recibiesen de aquéllos, aun no mediando pago.
Los veintisiete axiomas de los Dictatus papae se resumen en tres conceptos básicos:
El papa está por encima no sólo de los fieles, clérigos y obispos, sino de todas la Iglesias
locales, regionales y nacionales, y por encima también de todos los concilios.
Los príncipes, incluido el emperador están sometidos al papa.
La Iglesia romana no ha errado en el pasado ni errará en el futuro.
Estas pretensiones papales le llevarán a un enfrentamiento con el emperador alemán en
la llamada Disputa de las Investiduras, que en el fondo no es más que un enfrentamiento
entre el poder civil y el eclesiástico sobre la cuestión de a quién compete el dominio del
clero.
En efecto, Enrique IV no parecía dispuesto a admitir la menor merma en su autoridad
imperial y se comportó con desdeñosa indiferencia hacia las prescripciones pontificias.
Siguió invistiendo a obispos para cubrir las sedes vacantes en Alemania y, lo que fue más
hiriente para la sensibilidad vaticana: nombró al arzobispo de Milán, cuya población había
rechazado al designado por el papa. Gregorio VII recriminó al emperador su insolente
actitud, le dirigió un nuevo llamamiento a la obediencia y le amenazó con la excomunión y
la deposición. Por respuesta, Enrique IV convocó en Worms, en el año 1076, un sínodo de
prelados alemanes que no se cohibieron en manifestaciones de vesánico odio hacia el
pontífice de Roma y de abierta oposición a sus planes reformadores. Con el respaldo
clerical expresado formalmente en el documento que recogía las conclusiones de la
asamblea, en el que se dejaba constancia de desobediencia declarada al papa y se le
negaba el reconocimiento como sumo pontífice, el emperador le conminó por escrito a
que abandonara su cargo y se dedicara a hacer penitencia por sus pecados, a la vez que le
daba traslado del acta del sínodo episcopal. La indignación en Roma superó cualquier
límite. El concilio que se estaba celebrando en esas mismas fechas en la ciudad santa dictó
orden de excomunión para Enrique IV y todos los intervinientes en el sínodo alemán, a lo
que el papa añadió una resolución de dispensa a los súbditos del emperador del
juramento de fidelidad prestado, lo declaraba depuesto de su trono imperial hasta que
pidiese perdón, y prohibía a cualquiera reconocerlo como rey.
La humillación de Canossa
Con motivo de la publicación de la bula de excomunión contra el emperador, la nobleza
opositora logró convocar en Tribur la Dieta imperial con la manifiesta intención de
deponer al monarca, aprovechando además que los rebeldes sajones estaban de nuevo en
pie de guerra. Enrique IV se vio en situación comprometida. Ante el peligro de que el papa
aprovechara esta reunión para imponer sus exigencias, y amenazado además de
deposición por los príncipes si no era absuelto de la excomunión, Enrique IV decide ir al
encuentro del papa y obtener de él la absolución.
A principios de 1077 fue advertido el papa de que el emperador estaba en camino hacia
Italia. No cuestionó las hostiles intenciones de éste y buscó refugio seguro en el
inexpugnable castillo de Canossa, cerca de Parma. Pero Enrique no venía encabezando
ningún ejército, sino como penitente arrepentido que imploraba el perdón del santo
padre y que deseaba retornar al seno de la iglesia mediante el levantamiento de la
excomunión. Llegó a Canossa el 25 de enero de aquel gélido invierno pidiendo ser recibido
por su Santidad. Se cuenta que el papa demoró la entrevista por término de tres días,
durante los cuales permaneció el humilde emperador descalzo y arropado con una simple
capa a las puertas de la fortaleza. El papa, sorprendido por la inesperada actitud de su
enemigo, vacilaba sobre la mejor forma de actuar: el sumo sacerdote no podía negar la
absolución de sus faltas a un peregrino que se presentaba de aquella guisa dando muestra
de humildad y contrición; pero, de hacerlo, Enrique IV se vería de nuevo reintegrado en la
comunidad cristiana, confirmado en su trono con pleno derecho de ceñir la triple corona,
y exento de cualquier tara que sirviera de argumento a sus enemigos para exigir su
abdicación. No tuvo otra opción que perdonar y absolver, ennoblecido moralmente y
derrotado políticamente.
Reactivación de la querella
Al regreso de Enrique a Alemania, los partidarios de su cuñado Rodolfo de Suabia,
reunidos en Forchheim, proclamaron nuevo emperador a Rodolfo. Enrique IV quiso poner
a prueba al papa y le exigió en tono altanero que excomulgara a Rodolfo de Suabia. Las
relaciones se agriaron y el emperador volvió a proceder como ya lo había hecho en
ocasión anterior: convocó un concilio de prelados alemanes en Brixen que declaró
desposeído de su dignidad pontificia a Gregorio VII y nombró en su lugar al arzobispo de
Rávena, investido como Clemente III. La reacción del papa no se hizo esperar, e
inmediatamente, en ese año de 1080, por un concilio celebrado en Roma depuso de su
cargo imperial a Enrique IV, le fulminó con la excomunión y reconoció como legítimo rey a
su cuñado Rodolfo.
Enrique IV se puso al frente de un poderoso ejército y marchó sobre Roma. Instalado en la
ciudad santa, reunió en ella un concilio al que fue convocado Gregorio VII, mas éste no
acudió, sabedor de que iba a ser juzgado y condenado. Su inasistencia no evitó su
excomunión y destronamiento. En su lugar se colocó a Clemente III que se apresuró a
coronar a Enrique IV y a su esposa Berta el 31 de marzo de 1084. Gregorio solicitó la ayuda
del normando siciliano Roberto Guiscardo, quien puso en marcha sus huestes de
aventureros, en su mayoría musulmanes, y las lanzó contra Roma. Enrique abandonó
cautamente la ciudad que quedó a merced de aquellas hordas incontroladas. Se produjo
un verdadero saqueo, intolerable para el pueblo romano que se sublevó contra los
valedores de la autoridad gregoriana. Fue la excusa para una salvaje represión sangrienta
en la que sucumbieron millares de ciudadanos y la urbe quedó arruinada. Bajo la
protección de semejante vasallo y escoltado por sus milicias musulmanas, Gregorio VII
huyó de la Roma devastada y aceptó el asilo que Guiscardo le dispensó en Salerno, donde
murió al año siguiente.
Tras un fugaz paso por la sede pontificia de Víctor III, fue designado papa en 1088 Urbano
II. En Roma, no obstante, seguía instalado el antipapa Clemente III con sus partidarios.
Urbano se propuso desalojar de la ciudad santa a su oponente, para lo que confió en sus
vasallos sicilianos. En efecto, con el apoyo del ejército normando pudo abrirse paso hasta
Roma en noviembre de 1088, donde hubieron de librarse cruentas batallas entre las
tropas del antipapa y las del papa para que éste pudiera por fin acceder a su legítimo
trono. Instalado en él buscó la manera de derribar al emperador aglutinando en la
poderosa Liga Lombarda las ciudades de Milán, Lodi, Piacenza y Cremona. Urbano II murió
en 1099, sin haber podido doblegar a su personal enemigo Enrique IV.
Su sucesor Pascual II (Rainero Raineri di Bleda (o Bieda)) ensayó sin resultado similares
procedimientos que los empleados por sus antecesores en su pugna con Enrique IV. Éste
moría en 1106 dejando en el trono imperial a su hijo Enrique V. La aparente dócil
disposición del nuevo emperador hizo creer por un momento Pascual II que tenía al
alcance de su mano la ansiada solución a los vetustos problemas que padecía la
cristiandad. Pero la quimérica ilusión se desvaneció bien pronto. Enrique V no tardó en
clarificar su posición: en el mismo momento en que se vio alzado al trono imperial envió
emisarios a Roma para recordar al papa la ancestral prerrogativa del rey germánico de
confirmar la elección de los obispos, tomarles juramento de fidelidad y entregarles las
credenciales de su autoridad secular, o, dicho de otro modo, su facultad de investir a los
prelados en sus feudos eclesiásticos. La lucha volvía a empezar y, como siempre, la
excomunión del emperador fue la primera medida tomada en el concilio de Guastalla ese
mismo año de 1106.
Cambio de actitud
No obstante, Pascual II, en un acercamiento a la realidad, comenzó a percibir lo
desorbitado de las pretensiones de Gregorio VII y lo difícil de mantener aquellas
exigencias, por lo que se fue mostrando receptivo a determinadas iniciativas que
proponían la renuncia de los clérigos a la posesión de cualesquiera bienes materiales de
concesión real, en el entendimiento de que habría de bastarles para su sustento con los
diezmos y las limosnas de los fieles. A Enrique V no podía ofertársele una mejor solución,
pues ella suponía la apropiación de todo el patrimonio de la iglesia germánica, por cuyo
precio estaba dispuesto a renunciar a su privilegio de sancionar la elección de los cargos
eclesiásticos que, en lo sucesivo, no ostentarían ningún poder territorial. Con intención de
acelerar un final satisfactorio para sus intereses, Enrique penetró en Italia en 1110 al
frente de un ejército intimidador. Sus enviados a parlamentar con el papa y sentar las
bases de la coronación imperial, firmaron con éste el concordato de Sutri, por el que se
pactaba el abandono por parte del emperador de sus supuestos derechos de investidura a
cambio de la entrega por parte del clero de sus bienes territoriales. Una vez en Roma, se
dispuso todo para que Enrique V recibiese de manos del pontífice la corona del Sacro
Imperio el día 12 de febrero de 1111. Llegado el momento, estando para iniciarse la
solemne ceremonia en la basílica de San Pedro, se hizo público el contenido del tratado
suscrito entre el papa y el emperador. Cuando los prelados, abades y demás dignatarios
eclesiásticos conocieron que la paz se compraba con sus bienes se desató la cólera de los
afectados de forma tan tumultuosamente amenazadora que Pascual II no pudo proseguir
con la lectura del documento ni proceder a la coronación del emperador. Éste, por su
parte, estaba resuelto a forzar el cumplimiento de lo pactado y, a tal fin, hizo que las
tropas desalojasen el templo y redujo a prisión a los cardenales. Cautivo de Enrique,
Pascual II no tuvo otra opción que doblegarse a los imperativos de aquél y, cediendo a sus
presiones, le coronó pomposamente, no sin antes haber firmado un nuevo documento
por el que se reconocía al emperador el derecho de investidura «por el báculo y el anillo»,
esto es, en toda su plenitud, con la sola limitación de que no mediara contraprestación
simoniaca. Recobrada la libertad, y ante los apremios, esta vez, de los burlados
cardenales, el Papa denunció el tratado suscrito bajo coacción y violencia y excomulgó al
emperador. La querella de las investiduras, que por un fugaz momento pareció llegar a su
fin, se intensificó si cabe. Pascual II murió en 1118 sin haber avanzado en el camino de la
solución.
El fin de la querella
En 1119 se sitúa al frente de la iglesia Calixto II, papa de origen francés a quien hay que
atribuir el éxito en la anhelada conclusión de la querella de las investiduras. El inicio de su
pontificado no presagiaba aquel buen final, pues una de sus primeras medidas consistió
en revocar la facultad de investidura arrancada coactivamente por Enrique V a Pascual II,
lo que dio lugar a renovadas tensiones. No obstante, porque cundiese en ambas partes la
fatiga por tan prolongada lucha, o porque finalmente se impusiera la razón, el 23 de
septiembre de 1122 se firmó el Concordato de Worms, ratificado un año después por el
concilio ecuménico de Letrán. Por aquel protocolo se establecía un acuerdo entre la santa
sede y el imperio, según el cual correspondería al poder eclesiástico la investidura clerical
mediante la entrega del anillo y el báculo y la consagración con las órdenes religiosas,
mientras que al estamento civil se le reservaba la investidura feudal con otorgamiento de
los derechos de regalía y demás atributos temporales. Los así investidos se debían al papa
en lo religioso y al soberano laico en lo civil. Al emperador se le reconocía además la
potestad de asistir a la elección de los cargos eclesiásticos y de utilizar su voto de calidad
cuando no hubiese acuerdo entre los electores. Como las presiones que se ejercían sobre
los capítulos de las catedrales y abadías eran muy fuertes en orden a la elección de un
determinado candidato, lo que dificultaba la obtención del quórum necesario, al final
acabó siendo con harta frecuencia el emperador quien impuso su arbitraje.
Formoso
Formoso. (* Ostia, (¿?) – Roma, 4 de abril de 896). Papa n.º 111 de la Iglesia católica de
891 a 896.
Consagrado obispo de Oporto en 864 por el Papa Nicolás I actuó como legado pontificio
en Bulgaria (866) ya que el príncipe de aquel país solicitó al Papa que lo enviase como
arzobispo, pero Nicolás I llamó a Formoso de Bulgaria, enviándolo a Constantinopla con
motivo del cisma provocado por Focio . Como fue legado en Francia (869 y 872) donde fue
el encargado de convencer a Carlos II el Calvo de que aceptara la corona imperial.
En 877, al apoyar coronar rey de Italia a Arnulfo, se enfrentó al entonces Papa Juan VIII
que apoyaba a Carlos II el Calvo, lo que le valió ser expulsado de su diócesis y la
excomunión. Excomunión que sería levantada, en 883, al acceder al papado Marino I,
siendo restituido en su sede de Porto, dignidad que ocupaba al ser elegido Papa.
Es posible que Formoso hubiese criticado en algún sentido la actitud política de Juan VIII.
Lo cierto es que la amistad de Formoso con otros elementos levantiscos de Roma fue
causa de su ruina. Los partidarios de la facción teutónica, entre los cuales nuestro obispo
era de las más conspicuos, crearon grandes disturbios y fueron condenados. Formoso
huyó de Roma, aumentando con ello las sospechas que de él se tenían. Fue acusado
incluso de haber codiciado el solio apostólico, y Juan VIII lanzó la excomunión contra el
adversario a su política francesa y le depuso. Contra Formoso se multiplicaron las
acusaciones, pero no falta historiador que ve en éste proceso político muchos puntos
oscuros y procura la defensa de Formoso.
Durante su pontificado, el 30 de abril de 892, presionado por el emperador Guido de
Spoleto, se vio forzado a coronar como emperador y sucesor al hijo de este, Lamberto de
Spoleto.
A la muerte de Guido en 894, Lamberto se convierte en el nuevo emperador siendo
coronado en Rávena al tiempo que Formoso comienza a acercarse al rey alemán Arnulfo a
quien convence para que avance sobre Roma y libere el reino de Italia de la familia
Spoleto.
Arnulfo atraviesa los Alpes y asalta Roma en febrero de 896, expulsa a Lamberto y es
nombrado nuevo emperador por Formoso en el atrio de la Basílica de San Pedro. Poco
después, el 4 de abril de 896, el papa Formoso fallece.
El biógrafo Nicolás I lo menciona como "obispo de gran santidad y ejemplares
costumbres"; hasta el maldiciente escritor Liuprando de Cremona elogia su piedad y su
ciencia de las cosas divinas, y lo mismo hacen otros cronistas.
Formoso también se preocupó del embellecimiento de la Basílica de San Pedro con
algunos mosaicos que duraron hasta la demolición que mandó hacer Paulo V de la parte
inferior de aquel edificio. Durante su pontificado mandó también ejecutar en una pequeña
iglesia próxima al templo de Claudio una pintura que representaba a Cristo entre los
santos Pedro y Pablo, Lorenzo e Hipólito, a los pies de los cuales se veía, en un lado un
príncipe bárbaro, y en el otro a Formoso. Aquel personaje probablemente representaba a
Bogoris, rey de Bulgaria, y era un recuerdo de la misión hecha por el papa en aquellas
regiones. En la pintura descubierta en 1869, hoy desaparecida, ya no se podía distinguir la
figura, pero si el nombre de Formoso.
El sínodo del cadáver
El mismo año de la muerte de Formoso, sube al trono pontificio Bonifacio VI con el apoyo
de Lamberto de Spoleto, quien ha vuelto a tomar el control de Roma al caer enfermo
Arnulfo y verse obligado a abandonar Italia. Lamberto, junto a su madre Agiltrude,
impulsa la realización de un juicio contra el Papa que no apoyó a la familia Spoleto en sus
reivindicaciones políticas durante su papado.
Bonifacio VI manda, nueve meses después de la muerte de Formoso, exhumar su cadáver
y someterlo a juicio en un concilio que reunió a tal fin y que ha pasado a la historia como
el “Concilio cadavérico”, “Sínodo del terror” o "Sínodo del cadáver".
En dicho concilio, celebrado bajo la presidencia de Esteban VI en la Basílica Constantiniana
se procedió a revestir el cadáver de Formoso de los ornamentos papales y se le sentó en
un trono para que escuchara las acusaciones. La principal de las cuales fue que siendo
obispo de una diócesis, la de Porto, la había dejado para ocupar como papa la diócesis de
Roma.
Encontrado culpable se declaró inválida su elección como Papa y se anularon todas los
actos y ordenaciones de su papado. A continuación se despojó el cadáver de sus
vestiduras, se le arrancaron de la mano los tres dedos con que impartía las bendiciones
papales y sus restos fueron depositados en un lugar secreto, donde permanecieron hasta
los tiempos de Teodoro II (cuyo Pontificado tan solo duró 20 días, aunque la rehabilitación
de Formoso se había iniciado con el Papa Romano) cuando fueron restituidos a la Basílica
de San Pedro. El Papa Juan IX convoca dos concilios uno en Rávena y otro en Roma en los
cuales se promulga que toda prueba futura sobre una persona muerta fuese prohibida. Sin
embargo, el Papa Sergio III al acceder el trono en el 904 anula tanto los concilios
convocados por Juan IX y Teodoro II e inició un segundo juicio contra el cadáver,
hallándolo nuevamente culpable. Los restos de Formoso fueron arrojados al Tíber para
que desapareciesen de la faz de la tierra pero se enredaron en las redes de un pescador,
que lo extrajo de las aguas y lo escondió. Finalizado el pontificado de Sergio III, los restos
fueron depositados en el Vaticano, donde yacen hasta el día de hoy. En 1464 el cardenal
Pietro Barbo al ser elegido Papa es disuadido de llevar el nombre de Formoso II para en su
lugar llevar el de Pablo II.
TERREMOTO Y RAYO SOBRE LETRAN
Sergio III
Sergio III. (* Roma, (¿?) – † 14 de abril de 911). Papa n.º 119 de la Iglesia católica de 904 a
911.
La elección de Sergio, conde de Túsculo, como papa supone el inicio de un periodo de la
historia del papado conocido como "pornocracia" debido a la influencia que en las
decisiones papales van a jugar las amantes de los pontífices.
Nombrado obispo de Cerveteri por el papa Formoso fue sin embargo uno de los
participantes en el "concilio del cadáver" que se celebró contra dicho pontífice a instancias
del papa Esteban VI y que finalizaría con la exhumación y profanación del cadáver.
A la muerte del papa Esteban VI, en 897, intentó, apoyado por la familia Spoleto, acceder
por primera vez al trono papal aunque fracasó al resultar elegido Teodoro II.
Al año siguiente intentó por segunda vez acceder al pontificado, fracasando nuevamente
al ser elegido Juan IX lo que le supuso ser excomulgado y exiliado hasta que el papa León
V revocó la excomunión y pudo volver a Roma en 903.
Tras su regreso, y apoyado por la familia Spoleto y sobre todo por el senador y jefe militar
de Roma, Teofilacto I, depone y hace encarcelar al antipapa Cristóbal para luego hacerlo
estrangular junto al papa León V.
Eliminados el Papa y el antipapa, sus valedores lo hacen elegir pontífice el 29 de enero de
904 y manda anular los decretos surgidos de todos los concilios celebrados desde 898 con
el objeto de rehabilitar a Formoso.
Sergio III tuvo como amantes a la esposa de Teofilacto y a la hija de este Marozia, con la
que tuvo un hijo, el futuro papa Juan XI, y que se convirtieron en las verdaderas
gobernantes de Roma durante varios decenios.
Durante su pontificado, en 905 el emperador Luis III intentó regresar de su exilio, siendo
capturado y cegado por el rey de Italia Berenguer I que lo destituyó como emperador e
intentó infructuosamente que el Papa Sergio lo coronara como sucesor.
En su relación con Bizancio, autorizó el cuarto matrimonio del emperador León VI con su
amante Zoe, que le había dado su único heredero. Con ello no sólo se enfrentó con el
Patriarca de Constantinopla, Nicolás el Místico sino que ignoró tanto la legislación civil de
la época, como la eclesiástica.
Entre los aspectos positivos de su pontificado cabe señalar que durante el mismo, en 910,
se fundó la abadía benedictina de Cluny gracias a la donación de una villa que realizó el
duque Guillermo I de Aquitania con la condición de que la misma dependiera
directamente del Papa y no de un noble o un obispo.
Así mismo reconstruyó la basílica de San Juan de Letrán que había sido destruida por un
terremoto.
Sergio III falleció el 14 de abril de 911.

domingo, 8 de febrero de 2009

Información general

Estimados hermanos en Cristo,

Nos complace presentar el blog de la recientemente creada Escuela de Teología para Laicos "Mons. Luis Eduardo Henriquez" de la Arquidiócesis de Valencia en Venezuela.

Aqui encontrará la información de las distintas cátedras del primer semestre del la escuela.